Refugiadas, exiliadas, confinadas. Creativas

El verde. Me gusta el verde en todas sus tonalidades. Ella prefiere el amarillo. Me sorprendo, «¿el amarillo». No es la elección habitual, lo sabe ella que me recuerda que de esa tonalidad se pintaban las paredes de los manicomios en Rusia. Desconocía yo que, en la antigua Roma, las pelucas rubias eran relegadas a las mujeres de mala reputación. El amarillo es el color de los locos, pero también el color de los marginados. Y sin embargo, me escribe: «El amarillo me gusta porque, de todos, es el más cercano a la luz. Es el color con el que yo pintaría el sonido de la risa».

Hay algo que empecé a hacer pocos días antes de que se declarara el Estado de Alarma: escribir. Escribir cartas. Aquí solo puedo revelar el remitente, que soy yo. Del destinatario, revelaré que es mujer, que jamás la he visto, que pertenece a otra generación que no es la mía, que reside en otro país, que es madre y artista. Porque no sé que será de este intercambio de cartas, porque sólo a ella pertenece su privacidad. Quien sabe, quizá, se convierta en un proyecto editorial. Mientras, nos vamos conociendo.

Hoy es 1 de junio y todavía se habla de marzo. Del 8 de marzo. Entonces yo, sin saberlo, sin quererlo, le escibí esta carta:

 

En Mera, a 8 de marzo de 2020

Me he mudado siete veces. Por eso sé que el cielo es el mismo en todas partes, que no hay lugar mejor que mi casa. Mi hogar se ha venido siempre conmigo. Está allí donde mis hijas crecen, donde soy amada por su padre, donde reposan mis libros.

Ya sabes que ahora vivo en Mera, un pequeño pueblo pesquero a escasos kilómetros de A Coruña. Ya no quisiera moverme de aquí. Su paisaje, entre azules y verdes, me atraviesa. Estoy hechizada. ¿Dónde reubicarme de nuevo, si tengo el alma marinera y vivo en tierra de faros? Por las noches, la luz de la Torre de Hércules se filtra por las hendiduras de una persiana que no cierro del todo. Por las mañanas, abro la ventana y puedo besar el Atlántico. La sal adereza mi piel.

Eso no quiere decir que no haya sido feliz en otros lugares. Ninguno de ellos y todos forman parte de mí. Una de las primeras cosas que siempre he hecho al llegar a una nueva ciudad es visitar su biblioteca. A los pocos meses de llegar a Oleiros (Mera es una parroquia del concello de Oleiros), me percaté de que el bibliotecario ya había leído el desarraigo que hay en mis ojos. Me recetó un libro de Jhumpa Lahiri: Tierra desacostumbrada. «Ten, tú también vives en tierra desacostumbrada». El libro es un bello relato que reflexiona sobre la vida entre diferentes culturas y los complicados lazos afectivos que se generan.  La autora escogió esta cita de Nathaniel Hawthorne (La aduana) como telón de su historia:

Mis hijos han tenido otros lugares de nacimiento y, hasta donde alcance mi control sobre su fortuna, echarán raíces en tierra desacostumbrada».

Nací en Badalona, muy cerquita de su bella calle del Mar. ¿Lo ves? Siempre le pertenecí, al mar. Soy voluble y líquida. Bajo el brazo, en vez del pan, llevé la maleta nómada de mis padres: gallego papá, andaluza mamá. Hablo y leo en cuatro idiomas, soy viajera, no tengo acento. Creo que comparto contigo ese sentimiento apátrida, ¿cierto? Refugiadas, exiliadas, confinadas. Creativas.

Sin embargo, de alguna manera, intento siempre arraigarme. ¿Sabes?  He plantado cuatro árboles que he visto crecer. Dos en mi casa de Valdepeñas: un olivo, un cerezo; dos más aquí en A Coruña: un naranjo y un pequeño arce japonés de color rojo. Como te sucede a ti, mi casa es también el lugar desde el que escribo. Tengo un cuarto propio, como sugería Virginia Wolf, con un escritorio bien coqueto. Sin embargo, pilas de libros se amontonan sobre él; también hay fotos, postales, libretas y lápices. Al final, escribo siempre en mi cocina, mi lugar favorito de la casa, como James Joyce, que escribió el Ulyses mientras su familia charlaba o fregaba platos a su alrededor. Mi cocina es amplia, la estancia más luminosa de mi casa. Y el café está a mano. No imagino ningún tipo de arte descafeinado.

Mi infancia y mi juventud se han quedado en Rubí, una ciudad del cinturón industrial de Barcelona. Allí viví en las calles Lope de Vega y Calderón de la Barca. A pocas cuadras, había un cine. Entonces el cine no debía ser tan caro como lo es ahora, porque yo recuerdo haber ido semana sí, semana también. ¡Adoro el cine! Cine Alba, así se llamaba. Una sola vez me he dormido viendo una película, puede que no tuviera edad para entenderla: El imperio del Sol.

El cine y la literatura a destiempo han marcado mi vida.

Justo ahora estoy leyendo Infancia, de J. M Coetzee, el relato de la infancia del autor en la Sudáfrica de los años 50. Ayer por la tarde mis chicas vieron por primera vez Desayuno con diamantes. A veces olvidamos lo inolvidable. Está llena de diálogos maravillosos:

«Nena, tú estás metida en una jaula. Tú misma la construiste. Y tus límites. No importa a dónde huyas, te enjaularás en tu propio ser».

Te escribo esta carta en 8 de marzo, día internacional de la mujer. Mis niñas querían ir a la manifestación. No hemos ido. El coronavirus nos atemoriza. Feminismo, feminista. Necesitaría otra carta para hablar de ello. Verás, el sufijo –ista me produce respeto, lo miro siempre con distancia. Hace referencia a convicciones políticas: centrista, regionalista, abolicionista, racista; religiosas o filosóficas: budista, existencialista, islamista; también describe el carácter de las personas en un sentido: alarmista, cuentista, juerguista.

Soy hija, madre, hermana, tía, amiga, mujer, escritora, trabajadora, ciudadana desde mi propia libertad. Desde ahí mi combate. No me gusta pintarme de un color, porque mujeres somos todas, con independencia de nuestra orientación política y sexual, religión o nacionalidad.

A veces tengo miedo. Me duele la civilización.

Un beso. Silvia

foto portada by snapbythree

foto interior by Carolyn V

 

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