No lo entiendo todo. Ni puedo. Ni quiero.

Jamás estuve tan desinformada como lo estoy hoy. Decidí dejar de ver las noticias hace ya unas semanas. Mientras, aplico el sentido común y me abrazo únicamente a la naturaleza. No lo entiendo todo, ni puedo. Ni quiero. No me asusta vivir hacia dentro. Llevo años disfrutando conscientemente de ello. Hace tiempo, mucho, que adquiero sólo aquello que, o bien necesito, o bien me hace feliz. Creo que todas mis necesidades, ciudadana de occidente, están cubiertas. Lo que me hace feliz es fácil y pareciera una retahíla cursi de cosas siempre dichas. En mi caso, lo es: una buena lectura, una película el viernes, una buena playlist, un paseo con mis dos chicos, verlas bien a ellas, a mis chicas. Puede que por ellas sí tenga miedo. Porque no puedo darles certezas, porque todavía tienen que salir ahí fuera y besar la vida sin pánicos, que hacia dentro sólo es posible si conoces bien tu periferia.

Y que no den un paso atrás. Que no lo demos las mujeres, puntales en todas las crisis, batallas, guerras y epidemias a lo largo de la historia.

El 16 de marzo de 2020, escribí esta carta que aquí os comparto. A la espera de que forme parte de un bonito proyecto editorial y, de nuevo, sin hacer mención del destinatario: otra mujer. En palabras de Grace Paley, activista y feminista:

“Las mujeres escriben diferente a los hombres. Tenemos mucha conversación doméstica o personal. Las mujeres se sienten cómodas hablando de lo personal, a diferencia de los hombres. Se cuentan más cosas, y tienen muchos problemas en común. Algo interesante es que las mujeres han comprado libros escritos por hombres desde siempre, y se dieron cuenta de que no eran acerca de ellas. Pero continuaron haciéndolo con gran interés porque era como leer acerca de un país extranjero. Los hombres nunca han devuelto la cortesía”.

Carta 5, 16 de marzo de 2020

 Estoy de acuerdo contigo: Lo que de verdad importa no cabe en ningún sitio. Todo lo demás en cualquier caja. Todavía tengo apiladas algunas en mi cochera. Un día de estos me deshago de ellas sin abrirlas, no puedo necesitar lo que llevo años sin echar de menos.

Te escribo por la tarde. Quiero aprovechar esta luz anaranjada, brillante, que entra ahora por mi ventana. Es la luz que hay detrás de la tormenta cuando el Sol aparece tímido, dándose un respiro, habiendo perdido sólo la batalla de un día.

Poseo un primer recuerdo nítido de mi infancia: tengo tres años y me sangra el labio. A borbotones. Grito. Quería afeitarme como mi papá, la cuchilla estaba a mi alcance en el baño. Me he abierto el labio inferior. Gritan ellos ahora: mis padres, mi hermana. Duele. Los médicos lo cosieron con veintitrés puntos, sin anestesia. Pero hicieron un buen trabajo, si no te lo digo, no lo notas. Tengo unos labios bonitos. Creo que ese fue el primer gran desencuentro entre mis padres, se separaron 34 años después. Todavía no he superado su divorcio. Se quieren. Los quiero.

Mi madre y yo nos conocimos cuando yo tenía tres meses. Se moría después de dar a luz en un parto complicado que terminó en peritonitis. A nuestro amor le faltan noventa días esenciales. La echo de menos desde que nací. Ahora más que nunca, con este temor que nos atenaza a todos, saberla tan lejos y sola me encoge el corazón. Desde bien pequeña siempre me decía esto: «Silvia, si estás en una habitación vete al lado de alguien que sepa más que tú. Si no lo encuentras, cambia de habitación». Se preocupaba por mis estudios, ella no tuvo esa oportunidad. Me crie detrás de la barra de un bar. Te dije que te lo contaría, mi necesidad de tomar un café de bar. Desayunaba, comía y cenaba en el bar. Cuando regresaba del colegio, hacía mis deberes en una mesa. Me gustaba hablar con los clientes asiduos. Tengo un libro pendiente por escribir, tengo el título, como la canción: Amores de Barra.

Hacía los deberes escuchando sus historias. ¿Has pensado alguna vez que hay personas que marcan el devenir de tu vida? ¿Que ese cruce de caminos del que me hablas depende, sin tú saberlo, de una palabra de estímulo o del gesto contrario de alguna persona? Creo que si hoy soy escritora es porque tengo el alma llena de historias: la del albañil divorciado que me hablaba de política, la del político que regalaba libros a mi madre, la del marinero que mantenía a sus dos hermanas solteras, la del funcionario gay que vivía con su madre. Y un sinfín.

Papá, me decía: «lee el periódico, escucha la radio y estudia. Estudia, estudia». Siempre me he llevado bien con él, mi hermana mayor dice que soy su ojito derecho. Lo he llamado esta mañana, ya sabía su respuesta: «No te preocupes, estoy bien». Yo también estoy siempre bien, en eso nos parecemos. Por eso me preocupo.

Fui a la Universidad. Me licencié en Ciencias Políticas, no tenía bastante y cursé un máster en periodismo. De mi paso por la facultad, dos cosas relevantes. La primera: Participé en un proyecto educativo con prisiones. Sí, he estado en la cárcel. También es nítido como el agua clara ese recuerdo: el sonido de la puerta de rejas que se cierra a cada paso que das y Jiménez, un gitano rubio que atendía el curso que impartíamos sobre las leyes y el funcionamiento del Estado de Derecho. Jiménez había leído a Marx, a Hobbes y estaba con un libro de Schopenhauer. Me pregunto qué habrá sido de ese hombre, no sé qué delito lo privaba de su libertad, no podíamos saberlo. La segunda: Estuve en un mitin de Euskal Herritarrok y pasé toda una tarde entrevistando a Arnaldo Otegui, cubriendo, para un periódico estudiantil, las elecciones vascas.

De aquellos años, también mi primer amor. Poco después, el amor de mi vida. Nos conocimos en abril, nos casamos en diciembre, volamos a Argentina. Nos auguraban días. Han pasado 20 años. Como en tus láminas: Jesús y Silvia, dos hijas, tres perros, siete mudanzas, tres casas. Seguimos bailando en la cocina. A veces también nos tiramos los platos.

Voy a sacar de paseo al Sr. Wilson. Es de las pocas cosas que, individualmente, nos permite el Estado de Alarma. Cuando lo hago, en el silencio de la calle, escucho fuerte como nunca a la naturaleza. Los pájaros cantan armónicos, parece que nos llaman, los árboles están brotando y el mar está en calma, sosegado, a la espera. La vida nos espera. Venceremos esto. Nos abrazaremos más fuerte que nunca cuando lo hagamos.

Mientras, escribirte me ayuda. No sabes cuánto.

Un beso,

Silvia

 

Pic by Rob Mulally

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