“Quien tiene dos dedos de frente sabe que los consejos hay que buscarlos de día entre los despiertos, porque cada nuevo amanecer es una emboscada de la que uno debe defenderse como pueda.”
Hay libros que nos pasan más que desapercibidos, como si fuera esa su voluntad, como si quisieran ellos escoger a sus lectores. Mejor, como si desearan escoger el momento adecuado para ser leídos. Apuesto a que La acabadora, de Michela Murgia, es uno de ellos. Tantas veces ha asomado el lomo mientras yo paseaba la biblioteca, quedando siempre excluido de mis elecciones.
La acabadora cuenta la historia de Bonaria Urrai, una modista que desempeña otra tarea tanto más difícil, la de acabadora: ayudar a los moribundos a cruzar a la otra vida. Y sin embargo, hay mucho más amor que muerte en cada una de sus páginas. Me conmueve pensar como la autora ha sido capaz de abordar un tema tan difícil en su primera novela.
Bonaira adopta a María, cuarta hija de una familia humilde que la descuida, convirtiéndola así en una fill’e anima “hija del alma”. Y aunque María crece feliz, en realidad ignora una verdad conocida por todos en Soreni, el pequeño pueblo de Cerdeña en el que está ambientada la novela: su madre, además de coser vestidos, es la mujer que reconforta a los que se acercan al final del camino.
Galardonada con el Premio Campiello, esta novela corta y discreta, se ha quedado conmigo. Un pequeño tesoro.
A veces, otros lectores me advierten a lápiz que hay líneas en las que voy a parar. Alguien tenía dibujado un círculo en el capítulo 12:
“Hay pensamientos que, como los ojos de las lechuzas, no soportan la luz diurna. Sólo pueden nacer de noche y cumplen la misma función que la luna, necesaria para cambiar de sentido mareas en algún recoveco invisible del alma”.
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