Ilustración de Cartita |
Un libro es como una ciudad. Pasearlo en verano no es lo mismo que visitarlo en invierno. Lo puedes caminar con prisa o reposadamente. Hay libros como ciudades que deberían tener un tempo único, una sola estación, un único momento, pausado y consciente.
He leído hechizada por su belleza «Manazuru, Una historia de amor» (Hiromi Kawakami, Editorial Acantilado). De esta afamada autora japonesa, ya había leído antes «El cielo es azul, la tierra blanca». Decididamente Kawakami no escribe, pinta sus libros. Su obra nada tiene que ver con la de otros autores nipones consagrados, como Murakami, que dejan posos de rareza entre líneas. Hay sutileza, hay magia, hay poesía en los textos de esta autora que trata temas universales y atemporales: el amor, la soledad, el temor a la pérdida, la culpa. Con «Manazuru, Una historia de amor», he tenido que cerrar más de una vez el libro, abrirlo y releer una y otra vez algunos de sus párrafos. Bellos a rabiar. Seguro que será uno de esos libros a los que no puedo volver, sea por lo que sea, por el momento en que lo he leído, por cómo me ha llegado. No quisiera que otra estación borrara el sabor con el que ha besado mi memoria.
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