Escribir me duele. Físicamente. Suelo dormir luego con ese dolor cervical, impertinente, que me insiste y no deja que concilie mi sueño. Entonces leo. Leer también puede dolerme. Por lo bello, por ejemplo.
Esta semana he visitado la biblioteca. Una de las que tanto frecuento. Me sucede con frecuencia no recordar a cuál de ellas pertenecen los ejemplares que me prestan. Envidio a las bibliotecarias, todo el día tan cerca de encontrarse con esas historias. Yo suelo jugar a encontrarme con algunas por casualidad. Digo: hoy me voy a la estantería O y me encuentro con Amos Oz. Me lo llevo. No digas noche. Pues eso, no me digas nada más y cuéntamelo todo.
“Aquellos que no se entusiasman con nada se enfrían y comienzan a morirse. (..). Hay que empezar a desear de verdad. Coger la vida con las dos manos para que no se escape, si es que comprendéis lo que os quiero decir. Si no, todo está perdido”.
Introspectiva y luminosa. Narrando todo lo que deja huella: desde el amor hasta el hastío. El desierto y el silencio.
Voy a quedarme algunos días más recostada en la estantería de la letra O.
Ilustración de Paula Bonet
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