Un relato y un gato

ilustración Cartita
Le gusto. Le gusto mucho a mi vecino el gato. El gato de los ojos color «miedo te voy a dar». Cuando menos me lo espero se cuela en mi tejado y me espía en el alféizar de la ventana, mientras me cepillo el pelo. Lo miro con cautela. Me ha perdido el respeto. Me observa, se cuela en mi jardín y pasea con elegante cadencia sus cuatros patas. Wilson está furioso.Y a mi que me sale un relato corto de verano…
– ¡Qué gatos tan bonitos!
 
Para mi sorpresa, ella me recibe en la puerta. Sorbe una taza de café con aroma reciente y me invita a adentrarme en su salón. La sigo por una galería larga de baldosa rota y desgastada con motivos geométricos en blanco y gris. Cuento otros tres felinos que me miran cavilosos, encaramados a los estantes hartos de libros que acortan la altura de la pared del pasillo. Odio los gatos. Pero quería conocerla.
Mi afamada empleadora está muy gorda. Tremenda. Con más quilos que año, dudo; viste sin armonía unas mallas lilas y un blusón verde manzana que le cubre las nalgas. Lleva chanclas y la pedicura recién hecha. La observo admirado, pero ella debe estar acostumbrada. Me la imaginaba diferente, más flaca, más seria, más alta, intrigante, menos coqueta. De su cara redonda me sorprende la piel, lisa y joven, incompatible con sus canas; las lleva enredadas en una trenza hasta la cintura y recogidas con una diminuta goma de color.
Fuma tabaco rubio. Me ofrece y le digo que no.
_ ¿Cómo te llamas?
_Juan Muro, señora.
_ ¿Qué edad tienes?
_ 23 años, señora.
 
Sus labios rojos me sonríen generosos y se quedan estampados con forma de corazón en la taza de café. He leído todo lo que esta mujer ha escrito, un referente en la facultad de criminología. No se sienta, yo sí por insistencia, me interroga con una regadera desgastada de metal que rebosa agua en un ir y venir desde su cocina. Los gatos la van siguiendo, pausados, en línea. De vez en cuando me mira directamente a los ojos. Los suyos son como dos botones azules buscando unas gafas que bajan demasiado por el puente de la nariz y que ella se sube en un tic rítmico.
 
_ ¿ Te gustan las plantas, Juan?_ vuelve a sonreír.
«Madre mía», pienso, que si me gustan las plantas, Estoy con Francine Champfleury, la dama negra de Francia y va a pagarme 200 euros la semana que viene por dar de comer a sus felinos y abrir los ventanales de este casoplón que mira al parque Montsouris. Me van a gustar hasta los gatos y mi tesis sobre su obra va a ser cojonuda.

Por cierto. Bubu. Se llama Bubu. Mi vecino el gato que me ha inspirado este relato.Y su propietaria. Todavía desconozco el nombre.

 

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