Lo que me desarma es una buena sonrisa. Me gusta cuando se pone el alma y el corazón en lo que quiera que sea que se esté haciendo. Allí está la excelencia.
Me gusta la gente que le pone corazón a lo que hace. Brindo por el camarero que me pone un café por la mañana con amabilidad y por el vecino desconocido que me da los buenos días con la mirada mientras saco a Wilson. Muy bien por el funcionario que me atiende con paciencia en el Ayuntamiento y por el mozo de la gasolinera que canturrea mientras llena el depósito de mi coche. Me contagio como si fuera un bostezo de la gente que sonríe por la calle, no puedo evitarlo.
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