Desconfinar la emoción

Las palabras llegan para quedarse. A veces para siempre, otras de forma pasajera, como una moda. Aparecen y desaparecen. Confinar. Desconfinar. No quisiera olvidarme de éstas. No quiero olvidarme de nada. Casi redactaré una lista, como la de la compra. Por si acaso.

He revisto estas películas, para que las vieran ellas, mis hijas: Tolkien, La listad de Schindler, El club de los poetas muertos, Ha nacido una estrella, Mula, Green Book.

He visto la última temporada de La casa de Papel. Todavía estoy en la segunda de Peaky Blinders. En versión original, terminé hasta el último capítulo de Grey’s Anatomy.

He leído: Infancia, República luminosa, Fractura, Por qué ser feliz cuando puedes ser normal, Éramos unos niños, Al Sur de la Frontera al Oeste del Sol, Nueva Antología personal. Por el mismo orden, autores: Coetzee, Andrés Barba, Andrés Neuman, Jeanette Winterson, Patti Smith, Murakami, Borges.

En mi cocina hay un calendario colgado, regalo bancario, es bonito. Cada mes rinde homenaje a un árbol. La mitad de marzo está tachado en rojo: el abedul. Abril no tuvo un respiro: Laurel. Mayo es incierto: Haya.

He horneado bizcocho: de yogur, de limón, con naranja, de chocolate, de dos chocolates, con mermelada. Han hecho galletas en casa, y pizza casera. He abierto algunos de libros de cocina: de Jordi Cruz, de James Oliver.

La casa está limpia. Muy limpia. He hecho ya el temido cambio de armario.

Mi hija menor me ha cortado el pelo. De largo a media melena. Con las tijeras de la costura. El Sr. Wilson también ha pasado por la peluquería. He pintado con acuarelas siguiendo tutoriales en youtube: una maceta con lavanda, una puerta, unos gatos, un árbol, unas amapolas. Tengo un par de playlist nuevas. En la última, Silvita,  está: Let’s stay together, Shape of my heart, This is me, City of stars, Don’t go Breaking my heart, Something Stupid, Here comes the sun, Viva la vida, I will leave the light on. He bailado en la cocina, en el salón, Si tú la quieres, como si no hubiera un mañana.

No he podido aprender a tocar la guitarra. He comprado un ukelele. He disparado mi cámara de fotos una y otra vez. Mi imagen preferida me la regaló, sin quererlo, mi pequeña, anelando un rayo de sol desde la ventana de la cocina. Ha llovido, claro. Vivo en Coruña. Ayer, sin más, hubo un amago de tormenta. Las tormentas desde casa son hermosas.

He salido a las ocho a aplaudir al balcón. Muchos días. Después he dejado de hacerlo. He jugado al parchís, al scrabble, al pictionary y al Uno. Trabajo en una nueva novela.

Que no se me olvide. ¿Qué más?

He llorado. Un montón. Hasta con los anuncios. Me he sentido orgullosa y abatida. He visto el telediario, al menos una vez al día. He querido salir de casa corriendo y no he podido.  Una vez, en el súper, me temblaron las piernas, la gente me esquivaba. No he vuelto. Compro por internet. He discutido con todos los miembros de mi familia, con el de cuatro patas, también. He tenido insomnio. He planchado a las 4 de la madrugada.  He celebrado el día del padre, el día de la madre y un cumpleaños, el de mi mamá, en confinamiento. Me separan de ella 921 km. Hoy está en el hospital. No es covid. He vuelto a llorar. Tengo a mis amigos trabajando en la primera línea de la batalla. Me he sentido afortunada por estar en casa. He fregado el suelo de la cocina a golpe de You’re simple the best. He quemado unas lentejas. He estirado la banda ancha de mi casa para estudiar y teletrabajar. He tratado de seguir a Patri Jordán. Me he engordado 1 kilo y medio. Escribo a diario. Es un alivio, tengo algo de práctica en eso de desconfinar la emoción.

Un beso. Que no se me olvide.

Foto post e interior by Silvia Salgado

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