Tan poca vida

Hoy el oleaje del mar rumoreaba temporal. Me lo ha dicho la chica del tiempo esta mañana. La he ignorado. Me he fijado sólo en sus bonitos zapatos de salón. He caminado siete kilómetros para que me lo dijera personalmente. El mar, claro. Firmé un contrato hace unos días, cuando un año se cerraba y entraba otro. Ahí, en medio de los dos, dije que madrugaría tanto como el sol y pasearía largos recorridos antes de sentarme a escribir. En ello estoy, tan sumergida en mi siguiente trabajo que agradezco que los míos me bajen de vez en cuando a la realidad. Entonces leo y ya me voy de nuevo. Lo que se viaja  en una butaca si se tiene un libro entre manos.

Tan poca vida para iniciar el año. Y  yo con pura  emoción por empezar a leerla. Con tremendas ganas, después, de acabar de hacerlo. Si te atreves con ella, eso sí, abandonarla no será una opción. He tenido que leer despacio, cerrar el libro una y otra vez y estremecerme ante esta durísima historia de amistad masculina. Seguramente no estará entre mis libros de cabecera, porque yo no puedo, no soy capaz de encontrar belleza en el dolor ajeno. Hanya Yanagihara, hasta hace poco una autora desconocida, de origen hawaiano, es capaz de descubrirte capítulo tras capítulo hasta qué punto el cuerpo de un hombre es capaz de protegerse a sí mismo, lo duro que lucha por sobrevivir. Entre tanta desesperación, me quedo con las palabras de uno de sus personajes:

«Podría decirte que este incidente es una metáfora de la vida: los objetos se rompen y a veces se reparan, pero en la mayoría de los casos te das cuenta de que, por graves que sean los daños, la vida se reorganiza para compensarte de tu pérdida, a veces de una forma maravillosa».

Buscando una nueva lectura que me reconforte de esta.

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