Ciclogénesis explosiva

Jessica Grundy
Wilson se sienta sobre sus cuatro patas y me mira como si me hablara: » no pretenderás que tú y yo salgamos con este tiempo» y cuando ato su correa al collar de su cuello creo que está pensando que es él quien me pasea a mi. Fuera ruge con fuerza el mar que escupe espuma blanca y se empeña en golpearse una y otra vez contra las rocas. Ahora más que nunca asocio la belleza a la amenaza y estoy atónita ante la furia de Eolo, Dios de los vientos y digno hijo de Poseidon. Llueve, llueve en horizontal, ya me lo habían advertido. El paraguas se me ha ido hacia delante primero, hacia detrás después y cuando he podido subirme al coche, ya tenía el café en los pies. He visto volar un macetero y partirse en dos un árbol. Necesito otro café. Ahora no puedo bajar del coche, intento abrir mi puerta, pero a Eolo no le da la gana así que no me queda más remedio que salir por la puerta del copiloto.  En dos minutos, mis manoletinas parecen barcas y digo yo que por algo hay tantas botas de agua en las zapaterías. Me voy a ver a Caty, la propietaria de una cafetería  frecuentada por pescadores frente al mar. Hoy está a tope. Parece un escenario de película: lobos de mar apoyados en la barra de un bar discutiendo si salen o no a faenar. Para ellos no es la primera Ciclogénesis explosiva. Caty me guiña un ojo, » te acostumbrarás».

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