Cecil Mancion ilustración |
Aquí estoy. He llegado. Mis zapatos me han llevado a su nueva patria. Andan desgastados por el paso del tiempo, pero parecen de suelas resistentes; me los debieron regalar viajeros de serie. De nuevo me han llevado al mar. Extrañaba tanto el azul. Lo he sabido nada más encontrarme de nuevo frente a él y a pesar de llevar pocos días aquí, creo que este lugar me estaba esperando. Es de una belleza indescriptible.
Ando ajetreada tratando de convertir mi nueva casa en un hogar y surfeando con las emociones de mis hadas que se enfrentan con valentía y no sin temores al primer gran cambio de sus vidas. Adaptándonos al medio. Así estamos todos, papá y Wilson también. Llevo una semana desembalando cajas y sigo sin encontrar lo que preciso en el momento, enciendo y apago interruptores sin ton ni son y cocino en la vitro como si fuera la primera vez. Cada día nos aventuramos a conocer un poco del lugar en el que estamos y ya hemos hecho un guiño al carnicero, la panadera y la farmacéutica. He de decir que la gente nos recibe con gran amabilidad. Lo hermoso de calzar mis zapatos es que llevan a juego una mochila increíble, una que vas llenando de amigos con sus acentos, qué bonito escuchar tanta música, soy de largo afortunada. Mis nuevos vecinos no hablan, parece que canten. Bonito acento éste.
A veces, sólo a veces, me recorre un cosquilleo por la espalda y entonces me sacudo la nostalgia. Y sonrío. De veras que sonrío. Llevo el corazón y la mochila llena y aún me sobra espacio y ganas y fuerza. Hermosa vida.
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